Un paseo por la vegetación de Fuerteventura
Aunque a primera vista, Fuerteventura puede parecer un desierto con escasas formas de vida, en la isla se conocen, hasta el momento entorno, 2.670 formas de vida silvestre terrestre. De éstas, unas 700 especies son plantas, 16 helechos y 122 líquenes. Entre ellas se encuentran 15 especies endémicas exclusivas de la isla de Fuerteventura, entre las que destaca el cardón de Jandia (Euphorbia handiense), la salvia herbanica (Salvia herbanica) y el gongarillo majorero (Aichryson bethencourtianum), plantas muy adaptadas a las duras condiciones de vida insular, donde las lluvias son escasas, los días ventosos abundantes y las horas de sol intenso muy numerosas.
La isla, aunque a primera vista parece tener un paisaje homogéneo, esta compuesta por diferentes tipos de ambientes, destacando los saladares y lagunas costeras, los campos de dunas, los llanos desérticos y los barrancos poblados por palmeras y tarajales.
Los saladares que se encuentra en la franja costera, están formados por zonas que periódicamente son inundadas por las mareas vivas. El saladar del Matorral, en Morro Jable, es el más representativo de la Isla y del Archipiélago. También es de destacar el saladar de las lagunillas en la isla de Lobos; donde vive una siempreviva endémica de Lobos (Limonium bollei) y otras plantas resistentes a la vida junto al mar como mato moros, salados, saladillos, matos y uvas de mar.
En las zonas no inundadas encontramos interesantes comunidades de plantas costeras, amantes de la sal. Algunas de las especies que la forman son la matilla parda (Franfenia capitata), la uvilla de mar (Zygophylum fontanesii), mato moro (Suaeda vera) o la siempreviva (Limonium papillatum). Así mismo, una de las especies más abundantes en esta franja es el tomillo marino (Frankenia ericifoliae).
En la costa además destacan los campos de dunas, zonas arenosas que poseen suelos de gran movilidad, debido a la acción del viento. En estos lugares la vegetación actúa como elemento de sujeción, creando dunas y montículos de arena. La especie más representativa de estas zonas es el balancón (Traganum moquini) un arbusto especializado en este tipo de ambiente. Otras especies interesantes son la uvilla de mar (Zygophyllum gaetelum), la aulaga (Launaea arborecens), la lecheruela o lechetrezna (Euphorbia paralias), lengua de pájaro (Polycarpaea nivea), el corazoncillo (Lotus lancerottensis) o la hierba cabellera (Heliotropium ramosissimum).
El interior de la isla esta ocupado por llanos semidesérticos poblados por arbusto leñosos, sometidos a una gran actividad ganadera. En ellos podemos encontrar gran cantidad de aulagas salados blancos (Schizogyne serícea). Además algunas de estas zonas están cubiertas por campos de lavas recientes, formando malpaíses poblados por una gran diversidad de líquenes y plantas crasas como los bejeques (Aeonium sp.), veroles (Klenia neriifolia) y tabaibas dulces (Euphorbia balsamifera). En estos malpaíses y otros rincones rocosos sobrevive la rara cuernuda (Caralluma buchardii), una planta muy amenazada por el sobrepastoreo y las actividades humanas.
En la península de Jandia, recluida en los antiguos barrancos que surcan el macizo, se encuentra un endemismo local muy raro y localizado: el cardón de Jandía (Euphorbia handiensis), una de las joyas vegetales de la Isla. Es en estos barrancos y sus cumbres es donde se refugian algunas de las plantas más amenazadas, algunas de ellas vestigios de épocas pasadas más húmedas, como los acebuches (Olea cerasiformis), almácigos (Pistacia atlántica) y mocanes (Visnea mocanera).
La acción del agua sobre los viejos suelos de la isla han dado lugar a innumerables barrancos, alguno de ellos con aguas permanentes, creando las condiciones adecuadas para que se establezcan las únicas representaciones arbóreas que pueblan la isla, la palmera canaria (Phoenix canariensis) y el tarajal (Tamarix canariensis). Éstas, además se encuentran al borde de las antiguas gavias, terrazas de cultivo creadas por el hombre para aprovechar el agua durante las lluvias invernales. Se distribuyen por buena parte de la isla dando un aspecto característico al paisaje majorero, una auténtico ejemplo de sostenibilidad entre hombre y naturaleza.